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Nos quedamos en que Jícama enfermó. Vomitaba mucho, la veíamos decaída y no sabíamos qué tenía, así que acudimos nuevamente con el doctor Marín al hospital veterinario de CU. En la sala de espera en la que pasamos muchas horas, conocimos a Kora, quien se convertiría un año después en la primera vendedora de La Gatería. Ella llevaba a la gatita más linda y tierna del universo a consulta: una pelirroja de pelo largo y suave con ojos enormes y brillantes. Había sido una gatita débil desde el principio, encontrada en un bote de basura junto a sus hermanos. Kora, quien como muchas personas valientes y de gran corazón rescata y rehabilita animales, la había encontrado. Sangraba del oído y era muy pequeña en comparación con sus hermanitos.

Nos enamoramos y decidimos adoptarla. Tenía unos dos meses. El poco tiempo que pasó con nosotros, la amamos sin medida, especialmente yo. Pasaba escondida en un clóset la mayor parte del tiempo, y peor porque había una obra al lado de nuestro departamento, pero salía para estar conmigo y ronrronear.

Resultó que Jícama era positiva a un coronavirus que muchas veces pasa inadvertido, pero que en ocasiones desencadena una enfermedad temible para los gatos: Peritonitis Infecciosa Felina (PIF). Cuando se manifiesta es fatal, y esto sucede cuando un gato es muy débil o tiene bajas las defensas. Nosotros esterilizamos a Ginger sin saber que Jícama la había contagiado de su coronavirus, que a ella no le afectó por ser fuerte, pero que para Gin resultó fatal. Nos dimos cuenta de su enfermedad porque comenzó a caerse como borrachita. Tenía daño neurológico ocasionado por el maldito virus, que desafortunadamente no tiene cura una vez desatado. Le dimos tratamiento retroviral, pero tristemente a los 6 meses, en abril de 2012, sufrió convulsiones y murió. Un par de meses después abrimos La Gatería, todavía con el dolor en el corazón y pensando en ella…

 

Próxima entrega: Arena